lunes, 29 de julio de 2013

A la orilla del mar - capítulo 1


Aun no había sonado el despertador cuando los gritos de mi madre me despertaron a las nueve y diecisiete minutos de la mañana del sábado veinticinco de Junio. Como todos los años, mi madre había madrugado y se encontraba nerviosa y preparando todo para el viaje. Me pareció oír a mi padre al otro lado de la puerta hablar por teléfono con alguien, ni siquiera me pregunté quién podía ser. Varios rayos de luz entraban a la habitación por las rendijas de la persiana bajada. Casi sin ver nada, hice el esfuerzo de levantarme e intentar subir la persiana por que sabía de sobras que ya no me podría dormir. Deslizándome lentamente sin levantar los pies del suelo y con los brazos extendidos palpando objetos por miedo a chocarme,  conseguí alcanzar la cuerda y subir la persiana. La luz me dejó aun más ciega, estaba nublado, pero no llovía, cosa que si que debía de haber sucedido por la noche, porque me di cuenta de que el suelo de la calle se encontraba totalmente mojado. En esos momentos mi hermano pequeño abrió la puerta de mi habitación y se abalanzó sobre mí:
 
— ¡Aria!, ¡vamos date prisa, nos vamos en una hora!
— ¡Tranquilo Mike, no grites!
— Le voy a decir a mamá que vamos a llegar tarde por tu culpa… -y salió por la puerta gritando y corriendo, como siempre solía hacer-.
— Mike… -suspiré- da igual.

Fui directa al baño, me duché rápidamente y me vestí con lo primero que encontré, unos shorts y una camiseta bastante grande que no dejaba ver mis pantalones. No me secó el pelo, no me gustaba hacerlo con secador, prefería dejarlo secar solo aunque le costara. Como era de suponer no había ni empezado la maleta, siempre dejaba todo para el último momento y esto no iba a ser una excepción. Desde abajo oía a mi madre llamarme continuamente y por no tener que escucharla bajé.

— Aria, ¿dónde está tu maleta? –me preguntó mi madre preocupada y a la vez furiosa- tenía que estar ya dentro del coche.
— Sí mamá, ahora la bajo, tranquila –dije acercándome a la nevera- solo falta meter dos o tres cosas mas.

Abrí la nevera y bebí a morro del cartón de leche abierto, cogí una tortita que supuse habría sobrado del desayuno de un plato que había en la mesa, aún estaba un poco caliente, me metí la mitad en la boca e hice lo mismo con la otra mitad tras haber tragado la primera. Subí las escaleras casi corriendo e hice la maleta lo más rápido que pude. Metí toda la ropa que pude por que la necesitaría al estar todo el verano fuera de casa. Cogí el bolso que casi siempre llevaba y el que más me gustaba y lo llené. El móvil, el iPod, la cámara de fotos… y mil cosas más que no estaba tan segura de utilizar. Entré por última vez al baño, ya llevaba el pelo casi seco, a pesar de ser muy largo se me secaba enseguida. Tenía el pelo de un color dorado oscuro, pero en verano siempre se me aclaraba, con unas ondulaciones en la parte inferior. Muchas veces lo llevaba recogido, enseguida me molestaba. Salí del baño, eché un vistazo a mi habitación, esperaba no olvidarme nada, aunque seguro que lo haría. Bajé las escaleras corriendo de nuevo, Mike ya estaba dentro del coche y mis padres cargando las maletas.
 
— Ya era hora, un minuto más y te quedabas aquí –bromeó mi padre-.

Le dediqué una sonrisa, le di mi maleta y me metí en el coche con mi hermano y con mi iPod, cosa de la que no me separaría. Mis padres se metieron en el coche un minuto después.

— Bueno chicos, decid adiós a Bradford, hasta septiembre no lo volveremos a ver –dijo mi madre-.

Encendí mi iPod, cerré los ojos e intenté que el camino se me hiciera lo más corto posible.